Explica Tarkovsky que el director debe coordinar todo a su alrededor para evitar
que todos los involucrados al grabar una película se aparten de su idea
original. Para esto me supongo que debe ser muy claro y descriptivo al decir sus
pensamientos. O se presta a que las interpretaciones sean muy amplias y cada
quien haga su versión de la película. Por si no fuera lo suficientemente difícil
ya transmitir sus ideas a los espectadores, debe también hacerlo con su equipo
de trabajo.
“Se pude decir que el director, en cada uno de sus pasos, se
arriesga en convertirse en mero espectador” (p. 151). Aunque también pienso que
la opinión y participación de otros es enriquecedora, claro está, siempre
teniendo fijo un ideal.
Pero también no todo es tan rígido para Tarkovsky. Hay
espacio para la improvisación y el cambio de ideas dentro de la filmación.
Muchas veces resulta que parece que tenemos hasta el más pequeño de los detalles
previstos, realizamos todo lo proyectado y al ver el resultado final falta
algo, parece que lo planeado debe tener cierta flexibilidad y de este modo, alejándonos
un poco, podemos ver la totalidad del asunto y llegar a mejores resultados. Esto
sucede no solo en el cine, también en otras artes. Hay que sumar, restar,
cambiar elementos. Y es ahí donde cabe la improvisación. En medios como el cine
que son de larga duración en su realización es importante estar abiertos a los
cambios que puedan surgir. Lo relaciono con el proceso de construir una casa.
Hay planos arquitectónicos que muestran cual es el plan a seguir, donde van los
muros, las ventanas y hasta los muebles. Ya en la práctica resulta que un
cuarto es muy obscuro y que se necesita otra ventana o que la cocina mejor
estará donde se pensaba la sala.
A fin de cuentas, el cine es también una forma de
construcción.
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