Para la labor artística, sea cual
sea su expresión, hay siempre una intención y un fin. En su desarrollo ambas
pueden cambiar, pero la que presenta más variaciones es sin duda el fin. En el caso del cine, y según lo
que plantea Tarkovsky, el fin o destino es el público.
En el mejor de los casos nos
resulta fácil imaginar que los espectadores verán lo mismo que como autores
visualizamos. Pero la realidad es que eso no pasa siempre.
Quizás puede resultar frustrante
en un principio. (¿Acaso no puedo comunicar mis pensamientos con claridad?).
Sucede que no tenemos en cuenta que todos y cada uno de nosotros tenemos
influencias intelectuales, visuales y vivenciales muy variadas. Es por eso que
aunque lo intentemos es imposible asegurar la transmisión de un mensaje que no
conlleve en el otro algo de su repertorio personal.
Más es ahí, donde se encuentra la
verdadera riqueza de compartir un trabajo, una opinión. Superada la frustración
se entiende que la labor de comunicar es un ciclo que no empieza y termina en
el emisor, sino que espera la captación y contestación del receptor también.
Como director de cine y creador,
Tarkovsky fue, creo yo, afortunado por recibir cartas con la opinión de sus
espectadores, no cualquier productor visual tiene la fortuna de saber que piensan
los demás de su trabajo; y no un crítico especializado, sino esas personas “comunes”.
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