Una película que resulta ser tan sencilla, que en la misma sencillez encuentra su dificultad. Misma paradoja que comparte con la vida, y algo que hemos visto al director crear y retratar en varias ocasiones en la pantalla grande. Ahora, con esta versión, stop motion del clásico cuento italiano de Carlo Collodi, toma un mensaje para la niñez y lo convierte en un mensaje para la adultez y la ‘rudeza’ de la vida misma la película comienza con la introducción de Geppetto y Carlo en una relación de dependencia total y casi infinita; siendo Carlo el hijo perfecto.
Sin embargo, tras la trágica muerte de Carlo a causa de una bomba que estalla en la iglesia del pueblo, Geppetto cae en una profunda depresión. Lo que lo lleva, varios años después, al estar alcoholizado, y en una escena a lo Frankenstein, a crear un niño de madera. Al ser animado por el Espíritu del Bosque , quien se apiada de la fragilidad del carpintero, Pinocho se vuelve un niño más, con la misión de amar a su nuevo padre.
Pinocho es una aventura infantil. Sí, puede ser una película para niños si es que caemos en el cliché de creer que cada pieza animada debe de tener una connotación para los más pequeños. Sin embargo, como lo ha reiterado en demasiadas ocasiones Guillermo del Toro, su Pinocho es una película para adultos que puede ser vista por niños.
La película es una alegoría de padres imperfectos e hijos imperfectos, citando las propias palabras del grillo Sebastián. Pero va más allá de eso, en cada uno de sus personajes vemos la fragilidad de la obediencia y la fragilidad de la perfección.
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